por Daniel Verdú
El fiscal antimafia Nino Di Matteo, que investiga las negociaciones del Estado italiano con la Cosa Nostra, lamenta la falta de compromiso de la política en la lucha contra el crimen organizado
En el pasillo, un grupo de guardaespaldas pasa la tarde charlando. Detrás de la puerta blindada, en un despacho de la Fiscalía Antimafia de Roma al que se accede a través de un interfono, espera el magistrado más protegido de Italia. Nino di Matteo (Palermo, 1961), el fiscal que ha investigado los vínculos entre el Estado italiano y la Cosa Nostra, se encuentra bajo protección desde 1993. Pero en los últimos cinco años, desde que la policía interceptó unas conversaciones en la cárcel del capo de la Cosa Nostra Totò Riina, las medidas han llegado al máximo nivel. El capo dei capi quería verle muerto. Y tenía sus motivos.
Di Matteo es la llave maestra para descifrar una verdad parcial. Una verdad, como él dice, “negada” tantos años sobre lo que sucedió en los atentados contra los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino en 1992. Pero también sobre el vínculo real entre el crimen organizado italiano y la actual política en un país que encara las elecciones del 4 de marzo obviando un tema crucial.
Pregunta. Parte del aumento de su seguridad se debe a las amenazas de Totò Riina. ¿Qué sintió cuando murió?
Respuesta. Pensé que con él no solo moría el gran capo. Fue el punto de referencia de todas las organizaciones mafiosas que operaban dentro y fuera de Italia. En su mentalidad, encarnó la figura de un criminal de éxito que obtuvo resultados insólitos hasta la fecha. Pero también estableciendo relaciones criminales con altos niveles del poder en Italia. Y eso no debe olvidarse.
P. ¿Hasta qué nivel?
R. Hay dos sentencias definitivas. La Andreotti demostró que la mafia palermitana tuvo relaciones directas y significativas hasta los años 80 con una persona que fue siete veces presidente del Consejo de Ministros [Giulio Andreotti]. Y hay otra, desaparecida de la agenda política, como la del caso [Marcello] Dell’Utri, que demuestra que uno de los fundadores de Forza Italia mantuvo relaciones con exponentes de familias mafiosas de Palermo. Pero también que de 1974 a 1992 fue el intermediario de un acuerdo estipulado y respetado de una y otra parte, que tenía como protagonistas a familias históricas como la de Riina, y del otro lado a Silvio Berlusconi. A ese nivel Cosa Nostra desplegó su capacidad de cultivar relaciones con el poder.
P. ¿Qué permite pensar que esas relaciones ya no existen?
R. Cosa Nostra no renunciará nunca a cultivarlas. Están en su ADN. Su fuerza está en la capacidad de mantener esos vínculos. Por eso espero que la política entienda un día, finalmente, que para vencer a la mafia no es suficiente arrestar, procesar y condenar a los mafiosos. Hay que crear las condiciones para liquidar esas relaciones. Pero lamentablemente muchas señales que esperábamos no han llegado.
P. Durante esta campaña prácticamente no se ha tocado el tema.
R. Es desolador constatar cómo se habla tan poco de mafia y corrupción. Se pretende hacer ver que no son el principal problema de nuestra democracia. Esperaba una atención mayor en los programas y en la dialéctica electoral. Me sorprende que se hable de economía, por ejemplo, y no se entienda que las mafias la adulteran y causan el empobrecimiento de todos los territorios donde tienen fuerza.
P. ¿Dónde está la frontera entre mafia y corrupción?
R. Es cada vez más sutil, forman parte de un sistema único. Ya no existe solo la mafia. Y la justicia no consigue todavía golpearles del mismo modo. Hoy tenemos en las cárceles italianas más de 60.000 detenidos, pero los condenados por corrupción no llegan a 30. Y, justamente, esos son los delitos con los que consiguen controlar la administración pública. Hoy debería estar en la agenda política la lucha sin cuartel contra la mafia y la corrupción, pero desgraciadamente no es así.
P. ¿Por qué?
R. No entiendo si es porque se minusvalora o porque se acepta. En los primeros años noventa hubo un ministro del primer Gobierno Berlusconi [Pietro Lunardi] que dijo que había que aprender a convivir con ellas. Pero en nombre de todos nuestros colegas muertos y la gente que sigue combatiendo, no se puede aceptar nunca.
P. ¿Alguna vez ha sentido que se traicionaba la memoria de Falcone y Borsellino?
R. Sí, su trabajo ha sido muchas veces traicionado. Con los hechos y con los políticos que cuando estaban vivos les acusaban de estar politizados, de comunistas, justicieros. Cuando murieron, hicieron ver que honraban su memoria, pero continuaron acosando a los jueces vivos que pretendían vigilar al poder. La traición a sus figuras y a su compromiso ha sido muy grave por parte de muchos políticos.
P. ¿Qué sería la mafia sin la política?
R. Le respondo con las palabras de Salvatore Cancemi, un colaborador de la justicia que pertenecía a la Commissione de la Cosa Nostra y que, para entendernos, fue uno de los que se sentó en la misma mesa con Riina y Provenzano para decidir dónde y cómo matar a Falcone y Borsellino. Después de un interrogatorio larguísimo me dijo: “Dottore, Totó Riina muchas veces me decía: ‘Sin la relación con la política, habríamos sido una banda de chacales [criminales comunes]. El Estado nos habría aplastado la cabeza fácilmente. Esa es nuestra fuerza y debemos seguir cultivándola’”. Nunca lo he olvidado.
P. Silvio Berlusconi está en condiciones de seguir influyendo en este país. ¿Qué significa eso para Italia?
R. Hay una sentencia definitiva que afirma que de 1974 a 1992 Berlusconi tuvo relaciones con la mafia siciliana. La subvencionó, les pagó dinero. Lo preocupante no eso solo que todavía cuente políticamente, sino que nadie hable de esas relaciones demostradas en sentencia definitiva. Incluso los periodistas lo ignoran. Más allá de las ideas políticas de cada uno, los hechos deberían ser siempre recordados.
P. ¿Qué significaría su retorno a la primera línea?
R. Cito un dato: sería el retorno al liderazgo del país de un sujeto que una sentencia definitiva ha reconocido que mantuvo relaciones con la Cosa Nostra durante al menos 20 años, hasta el momento en que Cosa Nostra hizo los atentados. Un sujeto que sufragó económicamente a la mafia en el periodo en que mató a decenas de personas de las instituciones. No es una opinión, es el dato de facto reconocido por el Tribunal Supremo.
P. La Cosa Nostra, según sus investigaciones, ¿puede todavía extorsionar al Estado?
R. De las investigaciones de los atentados de 1992 y 1993, emerge la probabilidad que junto a la Cosa Nostra hubiera gente de otros ambientes. Mandantes externos. Y hasta que no se descubra la verdad sobre estas personas, Cosa Nostra conservará siempre un arma peligrosísima como es la extorsión. Todavía hay hombres de Cosa Nostra que custodian secretos que implican a parte del poder italiano. Hasta que solo tengamos una verdad parcial sobre lo que pasó, será una verdad negada. Y no lo podemos aceptar.
P. ¿Borsellino tenía razón cuando dijo que no sería la Cosa Nostra quien lo matase?
R. Cosa Nostra participó. Pero en tantos delitos, incluido en el de Via d’ Amelio, otros instigaron a Cosa Nostra a llevar a cabo aquel atentado o participaron con los mafiosos ejecutándolo.
P. ¿Cómo cree que ha evolucionado la aproximación del Vaticano a la mafia?
R. Le respondo como magistrado, pero también como creyente católico. Durante décadas la Iglesia fue responsable de una gravísima aceptación del poder mafioso. A través del silencio, la desatención, la omisión. Pero en los últimos años, después del famoso discurso de Juan Pablo II, fue muy importante la toma de posición del papa Francisco afirmando que ser mafioso lleva a la excomunión. Y como católico, sueño una Iglesia todavía más valiente, que lleve el discurso a todos los niveles. No puede haber compatibilidad entre el Evangelio y la mafia.
fuente: elpais.com/internacional
23 de febrero de 2018
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